Alberto García-Alix

Mi tiempo y su futuro

Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, 18.05.23 – 22.07.23  

Mi tiempo se anima a mostrarse aquí. No se engaña, su futuro, vive y se acelera en este presente. Mañana más, me digo, mientras siento el latir de mi ideario visual sujeto a una fracción de tiempo. Un tempo visible en la imagen. 

Del pasado he rescatado fotografías y las he conjuntado con las del presente para crear un cuerpo morfológico que muestra su evolución. El Cristo de Utrera es el retrato de un hombre estrella, un héroe muerto. Su espiritualidad se amplifica, inhala aire y respira junto al Cristo Muerto de Antonello da Messina. El último suspiro. Tánatos y Eros, son las grandes pulsiones de la creación. El cuerpo y su erotismo es obligado en mi obra. La carne y su resonancia llaman a arrebato. Más que lujuria, hay amor de ángeles en Erotismo en el Prado. La acompaña, un homenaje al deseo, Elena, la mujer que enseña sus botas. 

 

La conjunción de imágenes permite crear paridades, lecturas y acentúa la dualidad.  El retrato de una moto y su caballero, Bernardo, por afinidad se une, el retrato ecuestre del infante Baltasar Carlos cabalgando sobre su páter. Ambas beben de un mismo expresionismo. Fusiono universos a través de la técnica de la múltiple exposición. Fotografío con fe. Algunas tienen en su consecución algo de milagro. Son resultado de un ejercicio visual complejo que, más que a ver, me obliga a vislumbrar e intuir. Un juego con el azar y su esperanza. Siempre hay sorpresa en el resultado. En Fantasía española, los ojos de Isabel Clara Eugenia, infanta de España, nos miran desde un pañuelo que vela su pasión. Ilusión y presencia. 

 

Tener la intención como punto de encuentro es obligado. El encuentro como fuerza. El retrato se alimenta de ella, la necesita para encontrar el camino de ver. Es un axioma. Mis retratados son cómplices. Más que de mí, lo son de sí mismos en la imagen. Daniel Melingo se muestra como un linyera, genio torturado y Marcelo Rossi como hombre encerrado en su silencio. Tiene ochenta y pico de años. Canta y mueve las caderas de Elvis en los bares nocturnos de Valparaíso. Retratar es un ejercicio fascinante que me somete a vivir el momento tenso... El modelo presiona y pide violentamente una mirada de comprensión, pero la subjetividad de mi mirada lo modela y le posiciona. Hablo mientras fotografío. En voz alta, mientras pondero virtudes y defectos, y me escucho las valoraciones y decido. Fotografiar es juego e invención. Amo la máscara como representación llena de simbolismo. No la miro con función de proteger si no de desnudar. Ray Loriga encuentra su ser, en una careta de Elvis. Y el pintor Toño Camuñas nos advierte desde una de sus creaciones que nos está mirando. 

 

Mirar también es mirarse. El autorretrato es otro ejercicio fotográfico constante en mi obra. Las imágenes son espejo. Veo en ellas mis tensiones y hasta el devenir del momento en que fueron hechas. Con mi pareja de baile, retomo la dualidad para verme y mostrarme… Los autorretratos son espejo de mi ciclo vital y de mis tensiones. En el autorretrato, como Demetrio, me he subido a su peana y le he puesto mi carne a su bronce. Quizás me mueve un deseo de permanencia, que sea así como me recuerde el tiempo. Las imágenes se aferran a la fe de lo que es visible. Hoy fusiono universos buscando expresionismo visual.  Las imágenes de naturaleza también se alimentan de ese aliento. Una Naturaleza virgen y reinventada se abre en flor, parece que está envuelta en celofán. Miro territorios de espinas y ramas con fricción. Ese paisaje modificado, deformado, recortado y hasta triste, parece salir de un mundo en papel pintado. 

 

La metafísica en su razón es especulativa. Nutre una narrativa del ser. Ser fotógrafo me obliga a mostrarlo con la trascendencia de mi mirada. La imagen tiene el poder de ganarle al tiempo y encadenarlo a un mañana, este es mi tiempo y su futuro.

Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, 18.05.23 – 22.07.23  

Mi tiempo se anima a mostrarse aquí. No se engaña, su futuro, vive y se acelera en este presente. Mañana más, me digo, mientras siento el latir de mi ideario visual sujeto a una fracción de tiempo. Un tempo visible en la imagen. 

Del pasado he rescatado fotografías y las he conjuntado con las del presente para crear un cuerpo morfológico que muestra su evolución. El Cristo de Utrera es el retrato de un hombre estrella, un héroe muerto. Su espiritualidad se amplifica, inhala aire y respira junto al Cristo Muerto de Antonello da Messina. El último suspiro. Tánatos y Eros, son las grandes pulsiones de la creación. El cuerpo y su erotismo es obligado en mi obra. La carne y su resonancia llaman a arrebato. Más que lujuria, hay amor de ángeles en Erotismo en el Prado. La acompaña, un homenaje al deseo, Elena, la mujer que enseña sus botas. 

 

La conjunción de imágenes permite crear paridades, lecturas y acentúa la dualidad.  El retrato de una moto y su caballero, Bernardo, por afinidad se une, el retrato ecuestre del infante Baltasar Carlos cabalgando sobre su páter. Ambas beben de un mismo expresionismo. Fusiono universos a través de la técnica de la múltiple exposición. Fotografío con fe. Algunas tienen en su consecución algo de milagro. Son resultado de un ejercicio visual complejo que, más que a ver, me obliga a vislumbrar e intuir. Un juego con el azar y su esperanza. Siempre hay sorpresa en el resultado. En Fantasía española, los ojos de Isabel Clara Eugenia, infanta de España, nos miran desde un pañuelo que vela su pasión. Ilusión y presencia. 

 

Tener la intención como punto de encuentro es obligado. El encuentro como fuerza. El retrato se alimenta de ella, la necesita para encontrar el camino de ver. Es un axioma. Mis retratados son cómplices. Más que de mí, lo son de sí mismos en la imagen. Daniel Melingo se muestra como un linyera, genio torturado y Marcelo Rossi como hombre encerrado en su silencio. Tiene ochenta y pico de años. Canta y mueve las caderas de Elvis en los bares nocturnos de Valparaíso. Retratar es un ejercicio fascinante que me somete a vivir el momento tenso... El modelo presiona y pide violentamente una mirada de comprensión, pero la subjetividad de mi mirada lo modela y le posiciona. Hablo mientras fotografío. En voz alta, mientras pondero virtudes y defectos, y me escucho las valoraciones y decido. Fotografiar es juego e invención. Amo la máscara como representación llena de simbolismo. No la miro con función de proteger si no de desnudar. Ray Loriga encuentra su ser, en una careta de Elvis. Y el pintor Toño Camuñas nos advierte desde una de sus creaciones que nos está mirando. 

 

Mirar también es mirarse. El autorretrato es otro ejercicio fotográfico constante en mi obra. Las imágenes son espejo. Veo en ellas mis tensiones y hasta el devenir del momento en que fueron hechas. Con mi pareja de baile, retomo la dualidad para verme y mostrarme… Los autorretratos son espejo de mi ciclo vital y de mis tensiones. En el autorretrato, como Demetrio, me he subido a su peana y le he puesto mi carne a su bronce. Quizás me mueve un deseo de permanencia, que sea así como me recuerde el tiempo. Las imágenes se aferran a la fe de lo que es visible. Hoy fusiono universos buscando expresionismo visual.  Las imágenes de naturaleza también se alimentan de ese aliento. Una Naturaleza virgen y reinventada se abre en flor, parece que está envuelta en celofán. Miro territorios de espinas y ramas con fricción. Ese paisaje modificado, deformado, recortado y hasta triste, parece salir de un mundo en papel pintado. 

 

La metafísica en su razón es especulativa. Nutre una narrativa del ser. Ser fotógrafo me obliga a mostrarlo con la trascendencia de mi mirada. La imagen tiene el poder de ganarle al tiempo y encadenarlo a un mañana, este es mi tiempo y su futuro.

Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, 18.05.23 – 22.07.23  

Mi tiempo se anima a mostrarse aquí. No se engaña, su futuro, vive y se acelera en este presente. Mañana más, me digo, mientras siento el latir de mi ideario visual sujeto a una fracción de tiempo. Un tempo visible en la imagen. 

Del pasado he rescatado fotografías y las he conjuntado con las del presente para crear un cuerpo morfológico que muestra su evolución. El Cristo de Utrera es el retrato de un hombre estrella, un héroe muerto. Su espiritualidad se amplifica, inhala aire y respira junto al Cristo Muerto de Antonello da Messina. El último suspiro. Tánatos y Eros, son las grandes pulsiones de la creación. El cuerpo y su erotismo es obligado en mi obra. La carne y su resonancia llaman a arrebato. Más que lujuria, hay amor de ángeles en Erotismo en el Prado. La acompaña, un homenaje al deseo, Elena, la mujer que enseña sus botas. 

 

La conjunción de imágenes permite crear paridades, lecturas y acentúa la dualidad.  El retrato de una moto y su caballero, Bernardo, por afinidad se une, el retrato ecuestre del infante Baltasar Carlos cabalgando sobre su páter. Ambas beben de un mismo expresionismo. Fusiono universos a través de la técnica de la múltiple exposición. Fotografío con fe. Algunas tienen en su consecución algo de milagro. Son resultado de un ejercicio visual complejo que, más que a ver, me obliga a vislumbrar e intuir. Un juego con el azar y su esperanza. Siempre hay sorpresa en el resultado. En Fantasía española, los ojos de Isabel Clara Eugenia, infanta de España, nos miran desde un pañuelo que vela su pasión. Ilusión y presencia. 

 

Tener la intención como punto de encuentro es obligado. El encuentro como fuerza. El retrato se alimenta de ella, la necesita para encontrar el camino de ver. Es un axioma. Mis retratados son cómplices. Más que de mí, lo son de sí mismos en la imagen. Daniel Melingo se muestra como un linyera, genio torturado y Marcelo Rossi como hombre encerrado en su silencio. Tiene ochenta y pico de años. Canta y mueve las caderas de Elvis en los bares nocturnos de Valparaíso. Retratar es un ejercicio fascinante que me somete a vivir el momento tenso... El modelo presiona y pide violentamente una mirada de comprensión, pero la subjetividad de mi mirada lo modela y le posiciona. Hablo mientras fotografío. En voz alta, mientras pondero virtudes y defectos, y me escucho las valoraciones y decido. Fotografiar es juego e invención. Amo la máscara como representación llena de simbolismo. No la miro con función de proteger si no de desnudar. Ray Loriga encuentra su ser, en una careta de Elvis. Y el pintor Toño Camuñas nos advierte desde una de sus creaciones que nos está mirando. 

 

Mirar también es mirarse. El autorretrato es otro ejercicio fotográfico constante en mi obra. Las imágenes son espejo. Veo en ellas mis tensiones y hasta el devenir del momento en que fueron hechas. Con mi pareja de baile, retomo la dualidad para verme y mostrarme… Los autorretratos son espejo de mi ciclo vital y de mis tensiones. En el autorretrato, como Demetrio, me he subido a su peana y le he puesto mi carne a su bronce. Quizás me mueve un deseo de permanencia, que sea así como me recuerde el tiempo. Las imágenes se aferran a la fe de lo que es visible. Hoy fusiono universos buscando expresionismo visual.  Las imágenes de naturaleza también se alimentan de ese aliento. Una Naturaleza virgen y reinventada se abre en flor, parece que está envuelta en celofán. Miro territorios de espinas y ramas con fricción. Ese paisaje modificado, deformado, recortado y hasta triste, parece salir de un mundo en papel pintado. 

 

La metafísica en su razón es especulativa. Nutre una narrativa del ser. Ser fotógrafo me obliga a mostrarlo con la trascendencia de mi mirada. La imagen tiene el poder de ganarle al tiempo y encadenarlo a un mañana, este es mi tiempo y su futuro.

Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, 18.05.23 – 22.07.23  

Mi tiempo se anima a mostrarse aquí. No se engaña, su futuro, vive y se acelera en este presente. Mañana más, me digo, mientras siento el latir de mi ideario visual sujeto a una fracción de tiempo. Un tempo visible en la imagen. 

Del pasado he rescatado fotografías y las he conjuntado con las del presente para crear un cuerpo morfológico que muestra su evolución. El Cristo de Utrera es el retrato de un hombre estrella, un héroe muerto. Su espiritualidad se amplifica, inhala aire y respira junto al Cristo Muerto de Antonello da Messina. El último suspiro. Tánatos y Eros, son las grandes pulsiones de la creación. El cuerpo y su erotismo es obligado en mi obra. La carne y su resonancia llaman a arrebato. Más que lujuria, hay amor de ángeles en Erotismo en el Prado. La acompaña, un homenaje al deseo, Elena, la mujer que enseña sus botas. 

 

La conjunción de imágenes permite crear paridades, lecturas y acentúa la dualidad.  El retrato de una moto y su caballero, Bernardo, por afinidad se une, el retrato ecuestre del infante Baltasar Carlos cabalgando sobre su páter. Ambas beben de un mismo expresionismo. Fusiono universos a través de la técnica de la múltiple exposición. Fotografío con fe. Algunas tienen en su consecución algo de milagro. Son resultado de un ejercicio visual complejo que, más que a ver, me obliga a vislumbrar e intuir. Un juego con el azar y su esperanza. Siempre hay sorpresa en el resultado. En Fantasía española, los ojos de Isabel Clara Eugenia, infanta de España, nos miran desde un pañuelo que vela su pasión. Ilusión y presencia. 

 

Tener la intención como punto de encuentro es obligado. El encuentro como fuerza. El retrato se alimenta de ella, la necesita para encontrar el camino de ver. Es un axioma. Mis retratados son cómplices. Más que de mí, lo son de sí mismos en la imagen. Daniel Melingo se muestra como un linyera, genio torturado y Marcelo Rossi como hombre encerrado en su silencio. Tiene ochenta y pico de años. Canta y mueve las caderas de Elvis en los bares nocturnos de Valparaíso. Retratar es un ejercicio fascinante que me somete a vivir el momento tenso... El modelo presiona y pide violentamente una mirada de comprensión, pero la subjetividad de mi mirada lo modela y le posiciona. Hablo mientras fotografío. En voz alta, mientras pondero virtudes y defectos, y me escucho las valoraciones y decido. Fotografiar es juego e invención. Amo la máscara como representación llena de simbolismo. No la miro con función de proteger si no de desnudar. Ray Loriga encuentra su ser, en una careta de Elvis. Y el pintor Toño Camuñas nos advierte desde una de sus creaciones que nos está mirando. 

 

Mirar también es mirarse. El autorretrato es otro ejercicio fotográfico constante en mi obra. Las imágenes son espejo. Veo en ellas mis tensiones y hasta el devenir del momento en que fueron hechas. Con mi pareja de baile, retomo la dualidad para verme y mostrarme… Los autorretratos son espejo de mi ciclo vital y de mis tensiones. En el autorretrato, como Demetrio, me he subido a su peana y le he puesto mi carne a su bronce. Quizás me mueve un deseo de permanencia, que sea así como me recuerde el tiempo. Las imágenes se aferran a la fe de lo que es visible. Hoy fusiono universos buscando expresionismo visual.  Las imágenes de naturaleza también se alimentan de ese aliento. Una Naturaleza virgen y reinventada se abre en flor, parece que está envuelta en celofán. Miro territorios de espinas y ramas con fricción. Ese paisaje modificado, deformado, recortado y hasta triste, parece salir de un mundo en papel pintado. 

 

La metafísica en su razón es especulativa. Nutre una narrativa del ser. Ser fotógrafo me obliga a mostrarlo con la trascendencia de mi mirada. La imagen tiene el poder de ganarle al tiempo y encadenarlo a un mañana, este es mi tiempo y su futuro.

Mi tiempo y su futuro, 18.05.23 – 22.07.23  

Mi tiempo se anima a mostrarse aquí. No se engaña, su futuro, vive y se acelera en este presente. Mañana más, me digo, mientras siento el latir de mi ideario visual sujeto a una fracción de tiempo. Un tempo visible en la imagen. 

Del pasado he rescatado fotografías y las he conjuntado con las del presente para crear un cuerpo morfológico que muestra su evolución. El Cristo de Utrera es el retrato de un hombre estrella, un héroe muerto. Su espiritualidad se amplifica, inhala aire y respira junto al Cristo Muerto de Antonello da Messina. El último suspiro. Tánatos y Eros, son las grandes pulsiones de la creación. El cuerpo y su erotismo es obligado en mi obra. La carne y su resonancia llaman a arrebato. Más que lujuria, hay amor de ángeles en Erotismo en el Prado. La acompaña, un homenaje al deseo, Elena, la mujer que enseña sus botas. 

 

La conjunción de imágenes permite crear paridades, lecturas y acentúa la dualidad.  El retrato de una moto y su caballero, Bernardo, por afinidad se une, el retrato ecuestre del infante Baltasar Carlos cabalgando sobre su páter. Ambas beben de un mismo expresionismo. Fusiono universos a través de la técnica de la múltiple exposición. Fotografío con fe. Algunas tienen en su consecución algo de milagro. Son resultado de un ejercicio visual complejo que, más que a ver, me obliga a vislumbrar e intuir. Un juego con el azar y su esperanza. Siempre hay sorpresa en el resultado. En Fantasía española, los ojos de Isabel Clara Eugenia, infanta de España, nos miran desde un pañuelo que vela su pasión. Ilusión y presencia. 

 

Tener la intención como punto de encuentro es obligado. El encuentro como fuerza. El retrato se alimenta de ella, la necesita para encontrar el camino de ver. Es un axioma. Mis retratados son cómplices. Más que de mí, lo son de sí mismos en la imagen. Daniel Melingo se muestra como un linyera, genio torturado y Marcelo Rossi como hombre encerrado en su silencio. Tiene ochenta y pico de años. Canta y mueve las caderas de Elvis en los bares nocturnos de Valparaíso. Retratar es un ejercicio fascinante que me somete a vivir el momento tenso... El modelo presiona y pide violentamente una mirada de comprensión, pero la subjetividad de mi mirada lo modela y le posiciona. Hablo mientras fotografío. En voz alta, mientras pondero virtudes y defectos, y me escucho las valoraciones y decido. Fotografiar es juego e invención. Amo la máscara como representación llena de simbolismo. No la miro con función de proteger si no de desnudar. Ray Loriga encuentra su ser, en una careta de Elvis. Y el pintor Toño Camuñas nos advierte desde una de sus creaciones que nos está mirando. 

 

Mirar también es mirarse. El autorretrato es otro ejercicio fotográfico constante en mi obra. Las imágenes son espejo. Veo en ellas mis tensiones y hasta el devenir del momento en que fueron hechas. Con mi pareja de baile, retomo la dualidad para verme y mostrarme… Los autorretratos son espejo de mi ciclo vital y de mis tensiones. En el autorretrato, como Demetrio, me he subido a su peana y le he puesto mi carne a su bronce. Quizás me mueve un deseo de permanencia, que sea así como me recuerde el tiempo. Las imágenes se aferran a la fe de lo que es visible. Hoy fusiono universos buscando expresionismo visual.  Las imágenes de naturaleza también se alimentan de ese aliento. Una Naturaleza virgen y reinventada se abre en flor, parece que está envuelta en celofán. Miro territorios de espinas y ramas con fricción. Ese paisaje modificado, deformado, recortado y hasta triste, parece salir de un mundo en papel pintado. 

 

La metafísica en su razón es especulativa. Nutre una narrativa del ser. Ser fotógrafo me obliga a mostrarlo con la trascendencia de mi mirada. La imagen tiene el poder de ganarle al tiempo y encadenarlo a un mañana, este es mi tiempo y su futuro.

Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,
Mi tiempo y su futuro, Alberto García-Alix, 2023,

18.05.23 – 22.07.23

 

Mi tiempo se anima a mostrarse aquí. No se engaña, su futuro, vive y se acelera en este presente. Mañana más, me digo, mientras siento el latir de mi ideario visual sujeto a una fracción de tiempo. Un tempo visible en la imagen. 

Del pasado he rescatado fotografías y las he conjuntado con las del presente para crear un cuerpo morfológico que muestra su evolución. El Cristo de Utrera es el retrato de un hombre estrella, un héroe muerto. Su espiritualidad se amplifica, inhala aire y respira junto al Cristo Muerto de Antonello da Messina. El último suspiro. Tánatos y Eros, son las grandes pulsiones de la creación. El cuerpo y su erotismo es obligado en mi obra. La carne y su resonancia llaman a arrebato. Más que lujuria, hay amor de ángeles en Erotismo en el Prado. La acompaña, un homenaje al deseo, Elena, la mujer que enseña sus botas. 

 

La conjunción de imágenes permite crear paridades, lecturas y acentúa la dualidad.  El retrato de una moto y su caballero, Bernardo, por afinidad se une, el retrato ecuestre del infante Baltasar Carlos cabalgando sobre su páter. Ambas beben de un mismo expresionismo. Fusiono universos a través de la técnica de la múltiple exposición. Fotografío con fe. Algunas tienen en su consecución algo de milagro. Son resultado de un ejercicio visual complejo que, más que a ver, me obliga a vislumbrar e intuir. Un juego con el azar y su esperanza. Siempre hay sorpresa en el resultado. En Fantasía española, los ojos de Isabel Clara Eugenia, infanta de España, nos miran desde un pañuelo que vela su pasión. Ilusión y presencia. 

 

Tener la intención como punto de encuentro es obligado. El encuentro como fuerza. El retrato se alimenta de ella, la necesita para encontrar el camino de ver. Es un axioma. Mis retratados son cómplices. Más que de mí, lo son de sí mismos en la imagen. Daniel Melingo se muestra como un linyera, genio torturado y Marcelo Rossi como hombre encerrado en su silencio. Tiene ochenta y pico de años. Canta y mueve las caderas de Elvis en los bares nocturnos de Valparaíso. Retratar es un ejercicio fascinante que me somete a vivir el momento tenso… El modelo presiona y pide violentamente una mirada de comprensión, pero la subjetividad de mi mirada lo modela y le posiciona. Hablo mientras fotografío. En voz alta, mientras pondero virtudes y defectos, y me escucho las valoraciones y decido. Fotografiar es juego e invención. Amo la máscara como representación llena de simbolismo. No la miro con función de proteger si no de desnudar. Ray Loriga encuentra su ser, en una careta de Elvis. Y el pintor Toño Camuñas nos advierte desde una de sus creaciones que nos está mirando. 

 

Mirar también es mirarse. El autorretrato es otro ejercicio fotográfico constante en mi obra. Las imágenes son espejo. Veo en ellas mis tensiones y hasta el devenir del momento en que fueron hechas. Con mi pareja de baile, retomo la dualidad para verme y mostrarme… Los autorretratos son espejo de mi ciclo vital y de mis tensiones. En el autorretrato, como Demetrio, me he subido a su peana y le he puesto mi carne a su bronce. Quizás me mueve un deseo de permanencia, que sea así como me recuerde el tiempo. Las imágenes se aferran a la fe de lo que es visible. Hoy fusiono universos buscando expresionismo visual.  Las imágenes de naturaleza también se alimentan de ese aliento. Una Naturaleza virgen y reinventada se abre en flor, parece que está envuelta en celofán. Miro territorios de espinas y ramas con fricción. Ese paisaje modificado, deformado, recortado y hasta triste, parece salir de un mundo en papel pintado. 

 

La metafísica en su razón es especulativa. Nutre una narrativa del ser. Ser fotógrafo me obliga a mostrarlo con la trascendencia de mi mirada. La imagen tiene el poder de ganarle al tiempo y encadenarlo a un mañana, este es mi tiempo y su futuro.

See previous exhibition